El desafío de repensar el diseño de oficinas en un mundo postpandémico.
La adaptabilidad ha sido una bandera de orgullo para la humanidad. Sobrevivir a cataclismos y virus indetectables a los ojos siempre ha sido parte de la agenda, y el horizonte postpandémico nos obliga a replantear rutinas y flujos, a sincerar el valor del tiempo y replantearnos los indicadores de productividad.
Hoy queremos hablar del diseño de los espacios que ocupamos para trabajar en un año que se proyecta híbrido, bajo amenaza.
Un repaso rápido al state of the art del diseño de oficinas en los últimos años nos devuelve la evidencia del trabajo remoto y severos protocolos de higiene: el rincón en casa que se convirtió en workstation improvisado -muchas veces sin mediación de los empleadores-; los coworking de barrio que surgieron entre casas antiguas de Providencia o Ñuñoa, los edificios de oficinas desiertos, irónicamente desgastados por la falta de uso.
Pero 2022 es distinto. El viraje generado por las vacunas y la fatiga del trabajo desde casa están cambiando el panorama. Las empresas reactivan sus espacios y demandan esa adaptabilidad tan necesaria en un futuro sin muchas certezas.
Flexibilidad a prueba de…
El trabajo remoto reconfiguró nuestra relación con escritorios, sillas y cubículos. Hablamos de dos posturas radicalmente enfrentadas: la hiperpersonalización del espacio de trabajo versus la movilidad absoluta. Si en casa nos dábamos el lujo de cambiarnos de un lugar a otro con nuestra laptop (del escritorio a la mesa del comedor compartida con las tareas de los hijos, al sofá o directamente la cama), es natural que exista una renuencia a perder esa libertad de movimiento, aunque eso implique también perder la sensación de propiedad que nos daban el portarretrato familiar o el stationery en “tu” escritorio.
Es por esto que las oficinas del 2018, que contemplaban espacios normalizados para ciertas acciones -un sillón en el área de descanso, una cafetería aislada-, en 2022 demandan espacios fluidos, donde cualquiera pueda elegir su lugar para la jornada de trabajo. Las áreas designadas y los cubículos empiezan a desdibujarse, porque sabemos que podemos ser productivos desde el bar de la cafetería o sostener una reunión de proyecto desde un living abierto.
Esta apertura semántica del concepto de oficina, se extiende naturalmente al mundo físico donde empiezan a frecuentar los muros móviles o barreras modulares para jugar con la configuración del lugar, cápsulas para quien requiera privacidad o silencio, y cozy corners para recobrar la ilusión de comodidad hogareña.
Además, también se incorporan elementos que involucran otros sentidos como el oído y el olfato. Por ejemplo, el agua corriendo puede crear un ambiente relajante tanto visual como auditivamente. Viejos trucos utilizados por agencias de bienes raíces -como el uso de ambientadores que huelen a galletas recién horneadas en la cocina para infundir la sensación de hogar de forma subrepticia- se pueden implementar en el mantenimiento del espacio de la oficina, con zonas de olores frescos -eucalipto en salas de tonos verdes o azules, canela en los espacios más cálidos- para ayudar a sumergir al usuario en la experiencia.
La creación de estos espacios requiere una debida investigación por adelantado para no anticiparnos con estrategias que jueguen en contra del brandbook o de los patrones de productividad de cada cliente. Cada espacio debe adaptarse a las necesidades del grupo.
El espacio entre las personas y los flujos controlados son el denominador común en estas estrategias del espacio, porque la debida distancia también puede ser inducida por el entorno.
Distanciar los cuerpos no significa aislar a las personas
En este proceso de restauración de la “normalidad” laboral, las empresas saben que se impone la necesidad de hacer comunidad sin saltarse las normas. De ahí el valor de impregnar las oficinas con personalidad: la imagen de marca debe ser el vehículo de valores positivos para quienes comparten una oficina cotidianamente.
El diseño es tan potente que podemos generar sentido de pertenencia y colaboración si sabemos escuchar las necesidades del cliente y convertirlas en un plan de acción acotado, aterrizando las emociones en materiales, colores, efectos de luz… La marca debe hablar más allá de su logo y su slogan, en la sensación de confianza, asertividad y comodidad que necesitamos todos para ser realmente productivos.
La funcionalidad no es una recurrencia ciega, porque el diseño que ha funcionado en otros tiempos y otros espacios no necesariamente va a servir para nuestro equipo y las necesidades que queremos cubrir cuando emprendemos el rediseño del espacio de trabajo. Las oficinas siguen siendo lugares necesarios para que las personas se reúnan y trabajen juntas -una experiencia que no se puede replicar en línea-, y queda de las organizaciones crear un entorno cómodo para atraer a sus empleados de vuelta.